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El confinamiento mató a mi madre

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  Empecé el 2020 con una madre. Y lo termino totalmente huérfana. Recuerdo la decisión de mi ama hace más de veinte años de ir a una residencia. Ella había cuidado de su madre con Alzheimer durante diez años en casa y no quería eso para nosotras. Pero mi hermana y yo decidimos no dejarla sola nunca. Nos repartiamos las semanas, una mi hermana, otra yo. De lunes a domingo. Lo esencial era darle cariño, que se sintiera amada. Pasear, merendar, cenar, ayudarle a meterse en la cama... Ella nos esperaba mirando hacia el espejo del pasillo por donde aparecíamos desde el ascensor. La sonrisa era inmediata. Como una niña, reía siempre feliz, le brillaban los ojos. A veces daba pequeños gritos de emoción. Éramos su vida. Aquel 14 de marzo (aquel maldito 14 de marzo) ya no me dejaron entrar. Supliqué, lloré. Les pedía toda clase de epis y protecciones. ¡No podía dejar de ver a mi madre! Me enseñaron la orden de Osakidetza. Era imposible. Recuerdo que fue como si algo muy pesado hubiera caído